martes, 9 de agosto de 2011

Chincha, la magia del pueblo afroperuano.

     Después de la buena experiencia de Tacna llegó el momento de partir, aunque lo hacíamos con la alegría de saber que teníamos las puestas abiertas al regeso. Dejábamos buenos amigos a los que prometimos volver en unos meses.


     Lima nos esperaba después de 20 horas de bús, igual de caótica que siempre. La única motivación que nos aportaba volve es que encontraríamos a Lea, una amiga francesa que venía de vacaciones para vernos. Ella nos estaba esperando en la casa donde estaban Joselito y Angie, y llevaba instalada allí una semana. Lógicamente tenía ganas de irse de la capital en busca de otros lugares más interesantes. Nosotros no teníamos ninguna ruta en ese momento, así que pensamos en acompañarla por el momento. Ella pensaba ir a Cuzco, en las montañas, al este. Cuzco es una ciudad bastante turística (es donde se encuentra el Macchu-Picchu y muchas otras ruinas y lugares interesantes). Nos pareció bien la idea, así que decidimos comenzar la ruta con ella, aunque sabíamos que no llevaríamos el mismo ritmo que ella. Nosotros viajamos lentamente, trabajando en cada sitio y haciendo vida en cada parada, no es igual en absoluto para alguien que llega con dinero desde Europa con sólo un mes para ver todo cuanto pueda.

     Tres días tardamos en comprar los billetes de bus que nos llevaría a la primera parada de la ruta: Chincha. El motivo por el cual elegimos esta ciudad era bien claro. Chincha fue la colonia afro-peruana más importante del país. Fruto de ello, la mayoría de la población de origen africana se encuentra en esta zona (aunque suene raro hay negros en Perú). Como no podía ser de otra manera, en Chincha se ha desarrollado una fuerte cultura musical. Se trata de la música afro-peruana, o costeña, uno de los 4 referentes musicales en Perú (además de la música de la sierra, la música criolla y la música de la selva). Además de eso, la causa concreta que nos tentaba tanto a ir era que se trata del sitio donde nació el cajón peruano (antecesor del cajón flamenco, el cual Paco de Lucía modificó y llevó a España).

     Al fin decidimos partir. Esta vez seríamos 4: Charles, Samir, Lea y yo, además de Joselito y Sandro (amigo músico colombiano que vivía en la misma casa que nosotros en Lima), que nos acompañaban sólo un par de días y después se volverían.

     Era la segunda semana de junio (jueves,18 de junio exactamente). Lo primero que hicimos al bajar del bus (3 horas al sur de Lima) fue buscar un alojamiento donde dejar todas las bolsas. Lo encontramos en pleno centro del mercado central. Inmediatamente nos dimos cuenta de cuánta actividad había en esta ciudad. Chincha es una ciudad rebosante de vida (Samir dice que es similar a Marruecos), lleno de comerciantes y gente de todos los colores por igual (negros, morenos y blancos) sin ninguna diferencia entre ellos. A medida que íbamos recorriendo el centro de la ciudad íbamos viendo que, en su mayoría, la gente era de escaso poder económico. Apenas circulaban coches, sólo había ríos de "moto-taxis")  (motos con sidecar o carros traseros, para 3 personas). Vimos que los mejores sitios para tocar música era en los restaurantes (no había buses ni buenas calles), y en el mercado. Así que eso mismo hicimos esa noche y acertamos. Nos fuimos a dormir tranquilos después de cenar bien.

     Nuestro objetivo era quedarnos hasta el domingo ya que, al parecer, los sábados se hacían fiestas musicales con cajones, bailes y música tradicional afro-peruana, pero sin embargo no encontrábamos nada que predijera esas fiestas que decían hacerse. Al día siguiente nos explicaron que esas fiestas no se hacían en la misma ciudad de Chincha, sino que debíamos ir a una pequeña aldea a media hora en bus llamada Aldea de El Carmen, el corazón de la población negra de Perú, exactamente donde nació el cajón. Todos decían que El Carmen tenía algo especial, una "magia" que atraía a todos. Ese mismo viernes a la tarde cogimos una furgoneta que nos dejó en la plaza central de la aldea. Joselito y Sandro tomaron su camino de vuelta y nos quedamos sólo los cuatro.

     La primera impresión de El Carmen fue un poco decepcionante. Llegamos a las 5 de la tarde y no había nadie en las calles, ni nada interesante, solo pequeñas casitas y algunas tiendas de víveres. Por otro lado nos alegramos de salir de la ciudad. Por primera vez conocíamos el campo peruano, las llamadas "chacras" de algodón, calabaza, zapaya y uva. Tan felices estábamos que, al buscar alojamiento en las pequeñas posadas, Samir y yo decidimos que dormiríamos en el campo, ya que teníamos ganas de pasar unos días en la naturaleza. Entonces nos dedicamos a buscar alojamiento para Lea y Charles. Sólo había 2 posadas en la aldea y ninguna bajaba el precio hasta nuestras posibilidades, así que tras negociar bastante tiempo sin tener éxito terminamos en la plaza de armas de la villa (plaza central) sin tener muy claro qué iríamos a hacer esa noche.

     Mientras Chales y Lea seguían intentando encontrar algún sitio para dormir, Samir y yo nos quedamos en un banco de la plaza cuidando de los equipajes. Ya estaba oscureciendo y poco a poco empezaba a haber gente en la calle. Nosotros nos relajamos e hicimos un poco de música, y poco tiempo después estuvimos rodeados de niños curiosos que no sabíamos de dónde habían salido y que no paraban de hacernos preguntas; "¿Quiénes sois?","¿qué hacéis aquí?", "¿qué instrumentos son esos?"... la tarde se alargó y empezó a venir la noche. Los niños se quedaron con nosotros hasta tarde, tocando nuestros instrumentos y cantando con nosotros. No fue difícil darse cuenta de la particularidad de esos niños. Lo primero: todos, hasta el más pequeño y tímido, sabían tocar el cajón. No por bulerías obviamente, sino que tocaban un ritmo muy complejo para nuestros oídos, ya que era la primera vez que lo escuchábamos así, un género musical local que se llamaba "festejo", el cual nos dejó, a Samir y a mí, impresionados, con muchas ganas de bailar. La segunda particularidad y la más fuerte era que los niños no tenían ningún tipo de reparo. Todos se expresaban abiertamente y de la manera más espontánea. Si no te conocían te preguntaban "quién eres" y ya estaba solucionado. Al mismo tiempo eran educados y respetaban a las personas mayores que ellos, de manera que nos encantó estar rodeados de estos niños y eso atrajo más tarde a los mayores también.

     Era bastante tarde ya, y Charles y Lea no habían tenido éxito en su búsqueda, pero por alguna razón no nos preocupamos y no pensamos en nada, simplemente lo pasábamos bien en aquella plaza. Conocimos a algunos padres de los niños y a otros adultos que se acercaron. Hubo alguno que nos hizo un espectáculo de cajón y zapateo (baile típico afro-peruano) realmente impresionante, que nos dejó como quien escucha música la primera vez en su vida. Después nos enteramos de que pertenecía a la familia Ballumbrosio, una familia "ilustre" de la música afro-peruana y peruana en general. Toda una familia de músicos y artistas naturales de El Carmen. En esta reunión de bienvenida improvisada también conocimos a Luis, un limeño que viajaba tratando de dejar atrás una vida complicada en Lima, y que sólo vivía de los llaveros cristianos que fabricaba y vendía. Acababa de llegar aquel mismo día y nos dijo que una señora le había ofrecido alojamiento gratuito a cambio de ayuda en su establecimiento.

     La suerte también estuvo de nuestro lado cuando apareció Mario Vargas y su hijo Berny. Tras hablar largamente con ellos nos contó que toda su vida había estado viajando. De hecho conocía Nantes (la ciudad de Samir y Charles) y también conocía Jerez (hizo un elogio al vino Tío Pepe y a Lola Flores). Nos contó que por allí pasaban muchos músicos atraídos por la "magia" de El Carmen y que, de hecho, había tenido a varios músicos en su terreno pero acababan de marcharse, por tanto el terreno estaba libre. Así que nos propuso esa opción. No tenía techo ni luz, pero nos prestó una tienda de campaña. Al terminar la fiesta nos desplazamos a su terreno, instalamos la tienda y pudimos dormir ese día.

     No éramos conscientes todavía, pero a partir de esa noche fuimos víctimas de esa "magia" de la que nos habían hablado en tantas ocasiones.

Carlos Lobo Cordón. NOTAS TOMADAS HASTA EL 19 DE JUNIO DE 2011. Terreno de Mario Vargas. Aldea de El Carmen, Chincha, Perú.

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